Una mierda, no? No de su parte, de la mía. No porque me hicieron
mal, todo lo contrario purgaron mi alma llenandola de sermones
desbordantes de amor. Estuvieron siempre conmigo, adelante para apuntarme con
un dedo amenazador, al lado para consolar mis lágrimas sin fin, atrás
para atajarme en las caídas. Siempre.
¿Cuándo fue la última vez
que nos hicimos daño? Lejano al punto que se torna imposible
recordarlas o tan cercanas y continuas que odiamos el simple hecho de
recordar. Un pantano oscuro de lágrimas rojas, un dolor punzante en el
pecho, un nudo de dimensiones indescriptibles en la garganta. Mis ojos
sinceros eran rojos, los suyos no los puedo inmortalizar. Búsqueda
incoherente en otras miradas. Verdes, azules, violetas, incluso
amarillos. Felices, tristes, desdichados, agónicos o indefinidos.
Grandes, pequeños, rasgados, circulares. ¿Recuerdan los míos? Es
difícil mirarse al espejo sin vergüenzas, sin tapujos. Sucio por
dentro, sucio por fuera. Descontrol. En mi interior hay una madeja de
sentimientos sin sentido. Imposibles de redactar, inservible intentarlo.
No
quiero olvidarme ese día. La inmensidad del mar, los destellos del sol
intensos en nuestros cuerpos, en ese entonces uno solo. Mi delirio
embriagado por el alcohol. Y corrimos a la orilla, chapoteamos las olas.
Risas. Abrazos. Besos húmedos, salados. Nos unía la felicidad. Se
adueñaba de nosotros un sentimiento de fantasía. ¡Pobres aquellos que
todavía no lo conocen!
Y yo era normal hasta que me remarcaste
el hecho real de que no lo era del todo. O te importaba tanto entonces,
los reproches no sirven si nos hay soluciones mucho menos si las
soluciones son parte de tu orgullo. Vivo rodeada de miedos, no
cualquiera, sino de esos que vienen a todas horas del dia y te acechan
con intención de llevarme lejos y enterrarme donde nadie pueda escuchar
mis suplicas, mis quejas, mis dolores, mis gritos.
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